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domingo, 25 de septiembre de 2011

ES NECESARIO QUE EL CREZCA

ES NECESARIO QUE EL CREZCA

Cuan necesario es en muchos momentos de la vida que algunas cosas mengüen para que otras crezcan. Alguien por ejemplo que esta enfermo a causa de que sus arterias están obstruidas por capas de sedimento debido a una mala alimentación, recibe la noticia: “es necesario que bajes el nivel de colesterol en tu sangre”. Y entonces, si es una persona que verdaderamente siente valor por sí mismo, comenzará a cambiar hábitos y rasgos de su vida para que esa enfermedad disminuya (y por qué no, desaparezca) para que la vida vuelva a aflorar en ese cuerpo moribundo. Juan el Bautista, estaba en Enón predicando como era su costumbre (y bautizando), cumpliendo su llamado. Una y otra vez alzaba su voz y llamaba al arrepentimiento al pueblo que había recibido gran luz de parte de Yahweh; pueblo cuya fama había hecho temblar a reyes y príncipes, a poderosos guerreros y cuyos paladines habían derrotado con rocas y ondas a gigantes invencibles, proezas hechas de la mano de Aquel que es “Todopoderoso” y de cuya mirada no hay quién escape. Fue en ese momento (en que Juan predicaba y bautizaba) cuando algunos de sus discípulos incitados por el Diablo, y cuyo objetivo no era sino más que destruir al profeta de Yahweh y a su obra, le dijeron:

“Rabí, el que estaba contigo del otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, está bautizando, y todos van a él” (Juan 3:26 up): “Ahora veía que el flujo de la popularidad se apartaba de él para dirigirse al Salvador. Día tras día, disminuían las muchedumbres que le rodeaban. Cuando Yahshua vino de Jerusalén a la región del Jordán, la gente se agolpó para oírle. El número de sus discípulos aumentaba diariamente. Muchos venían para ser bautizados, y aunque El Mesías mismo no bautizaba, sancionaba la administración del rito por sus discípulos. Así puso su sello sobre la misión de su precursor. Pero los discípulos de Juan miraban con celos la popularidad creciente de Yahshua. Estaban dispuestos a criticar su obra, y no transcurrió mucho tiempo antes que hallaran ocasión de hacerlo. . . Los discípulos de Juan vinieron a él con sus motivos de queja diciendo: "Rabí, el que estaba contigo de la otra parte del Jordán, del cual tú diste testimonio, he aquí bautiza, y todos vienen a él." Con estas palabras, Satanás presentó una tentación a Juan. Aunque la misión de Juan parecía estar a 151 punto de terminar, le era todavía posible estorbar la obra de El Mesías” (El Deseado de todas las gentes, pp. 150-151)

Aquí hacemos una pausa. Satanás es un ser muy astuto, y nunca debiéramos tenerlo como un simple diablito de cola y piel roja. Satanás es un ser inteligente y astuto. Conoce cada rasgo del patrón humano y cuando le es posible lo maneja a su antojo. Juan el Bautista había trabajado mucho para el Reino de Elohim, podemos afirmar que había cumplido fielmente su llamado a anunciar “las virtudes de Aquel que lo llamo de las tinieblas a su luz admirable”, había predicado, llamado al arrepentimiento y bautizado, a causa de esto había padecido y había sido aislado de la sociedad, tildado de fanático y por qué no, desquiciado. Pero como siempre sucedió con todos los profetas de Elohim, los lideres, aunque descontentos con la actitud de Juan, nada podían hacer ante las palabras de autoridad que Yahweh le otorgaba a su fiel centinela. Pero Satanás tenía armas que los fariseos no podían usar. Sus saetas apuntaron directamente al orgullo, al ego del profeta. Podemos decir que a los oídos de Juan el Bautista, la pregunta de sus propios discípulos algo más a tener en cuenta, pues sus ataques vendrán siempre del lugar más cercano de nuestro corazón, amigos, familiares, compañeros. Sonaron fuerte y crudo. Decían: “Maestro, mira. Tu no puedes dejar que esto pase. Haz hecho de todo por Yahweh y mira como te devuelve lo mucho que has hecho. Te ha traicionado y ahora encima bautiza a las personas. Y nada les dice acerca de ti. Yahweh te ha olvidado después de las muchas penas que has pasado por su causa”. Esta misma arma de seducción que uso con Juan el Bautista, fue la que uso con la pareja del Edén. El Ego, una arma poderosísima en las manos de un poderoso ángel maléfico. El hombre es manteca en las manos del Diablo cuando deja que el ego se apodere de sus sentidos. Yahweh nos muestra a través de este testimonio que tenemos que tener mucho cuidado con escuchar a nuestro ego antes que a la sabiduría de Yahweh. Por un momento toda la obra que Yahweh había hecho a través de Juan, pendía de una respuesta. Si este respondía: “¡Como no puede ser! ¡Como hace esto!”, entonces todo el trabajo hecho hubiera sido en vano, todo se hubiese desmoronado y las almas que habían tomado la decisión de seguir a Yahshua, se habrían perdido; o al menos hubieran sufrido un rudo golpe. Hay un dicho que dice que el buen agricultor “sabe con que bueyes ara”. Y Yahweh es el mejor de los agricultores, el conoce el corazón de sus discípulos y sabe hasta que punto son capaces de soportar la prueba. Para testimonio nuestro Juan le respondió a sus discípulos: “El tiene que crecer, y yo menguar” (Juan 3:30):

“Juan tenía por naturaleza los defectos y las debilidades comunes a la humanidad, pero el toque del amor divino le había transformado. Moraba en una atmósfera que no estaba contaminada por el egoísmo y la ambición, y lejos de los miasmas de los celos. No manifestó simpatía alguna por el descontento de sus discípulos, sino que demostró cuán claramente comprendía su relación con el Mesías, y cuán alegremente daba la bienvenida a Aquel cuyo camino había venido a preparar” (El Deseado de todas las gentes, pp. 151).

La vida cristiana es una vida que conduce a la muerte por un lado y al gozo eterno por el otro. Por un lado sufrimos la muerte carnal de nuestro ego. Nuestro ser pecaminoso al encontrarse con la luz divina se opone y lucha para que esta no prevalezca en el corazón. El apóstol Pablo lo explicaba de esta manera: “Así, encuentro esta ley: [dice haciendo referencia a los Diez Mandamientos] Aunque quiero hacer el bien, el mal está en mí. Porque en mi interior, me deleito en la Ley de Yahweh; pero veo en mis miembros otra ley, que lucha contra la ley de mi mente, y me somete a la ley del pecado que está en mis miembros” (Romanos 7:21-23). Pablo anhelaba vivir la vida espiritual que Yahweh le ofrecía pero cuando el se asía con fuerza de esa vida, se encontraba con que su vida carnal, se negaba a aceptarlo. Una vez escuche que un hombre cuyo corazón estaba destruido por una vida de alcohol, cigarrillos y drogas, necesitaba ser intervenido quirúrgicamente. Al operarlo, los médicos diagnostican la necesidad de un transplante urgente de corazón. El hombre debía recibir un corazón nuevo y fuerte que pudiera devolverle la vida. Como este era de una buena posición económica sus allegados movieron algunas influencias y lograron conseguir en veinticuatro horas el corazón para su moribundo familiar. La operación fue todo un éxito. Sin complicaciones ni desavenencias. Pero cuando la primer noche paso, el cuerpo comenzó a rechazar a aquel corazón, parecía como si este no quisiera vivir, por un lado la mente del hombre pugnaba por retener a ese corazón sano y fuerte, pero por el otro, el cuerpo mismo lo rechazaba. Al poco tiempo, no más de algunas horas, la complicación fue tal que el hombre debió ser intervenido nuevamente y el corazón que le hubiera dado vida, retirado.

Quitaré vuestro corazón de piedra y os daré un corazón de carne
dice Yahweh
El principio divino implantado en nuestra vida, es un principio que desde un primer momento desata una lucha atroz. El viejo hombre, aferrado a nuestros órganos, músculos y tendones, huesos y piel, pugna por quedarse. Mientras que el “nuevo principio” de Yahweh, batalla por destruir las manchas del pecado. La lucha se vuelve tan atroz que en cierto momento la persona comienza a sufrir. Se encuentra entonces en una disyuntiva. ¿Qué camino tomaré? ¿Cuál será mi decisión? Las armas del enemigo son para el cuerpo placeres indecibles; mientras que lo que Yahweh ofrece al corazón pecaminoso, no es más que humillación y pesar (esto es a la forma en que nuestro cuerpo carnal lo interpreta, o expresado de una mejor forma: Esto es la forma en que nuestro cuerpo carnal interpreta las delicias y el gozo de la paz eterna implantada en el corazón y por consiguiente en nuestra vida):

“El poder regenerador que ningún ojo humano puede ver, engendra una vida nueva en el alma; crea un nuevo ser conforme a la imagen de Yahshua. Aunque la obra del Espíritu es silenciosa e imperceptible, sus efectos son manifiestos. Cuando el corazón ha sido renovado por el Espíritu de Yahshua, el hecho se manifiesta en la vida. Al paso que no podemos hacer nada para cambiar nuestro corazón, ni para ponernos en armonía con Yahweh, al paso que no debemos confiar para nada en nosotros ni en nuestras buenas obras, nuestras vidas han de revelar si la gracia de Elohim mora en nosotros [De ahí que las obras, no pueden hacernos salvos, pero sí son estas las que revelan en parte la conversión y la transformación que tiene lugar en nuestro interior]. Se notará un cambio en el carácter, en las costumbres y ocupaciones. La diferencia será muy clara e inequívoca entre lo que han sido y lo que son. El carácter se da a conocer, no por las obras buenas o malas que de vez en cuando se ejecutan, sino por la tendencia de las palabras y de los actos en la vida diaria. . . Cuando es implantado el principio del amor en el corazón, cuando el hombre es renovado conforme a la imagen del que lo creó, se cumple en él la promesa del nuevo pacto: "Pondré mis leyes en su corazón, y también en su mente las escribiré" (Hebreos 10: 16)” (El Camino a Cristo, pp. 56-57,60)

Este claro ejemplo de conversión podemos verlo en un testimonio escrito en La Biblia. Este pasaje se encuentra en el libro de Lucas capitulo cinco versículos doce y trece. E. G. White describe esta escena con mayor detalle. Veamos:

“El leproso fue guiado al Salvador. Yahshua estaba enseñando a orillas del lago, y la gente se había congregado en derredor de él. De pie a lo lejos, el leproso alcanzó a oír algunas palabras de los labios del Salvador. Le vio poner sus manos sobre los enfermos. Vio a los cojos, los ciegos, los paralíticos y los que estaban muriendo de diversas enfermedades, levantarse sanos, alabando a Elohim por su liberación. La fe se fortaleció en su corazón. Se acercó más y más a la muchedumbre. Las restricciones que le eran impuestas, la seguridad de la gente, y el temor con que todos le miraban, todo fue olvidado. Pensaba tan sólo en la bendita esperanza de la curación.
Presentaba un espectáculo repugnante. La enfermedad había hecho terribles estragos; su cuerpo decadente ofrecía un aspecto horrible. Al verle, la gente retrocedía con terror. Se agolpaban unos sobre otros, en su ansiedad de escapar de todo contacto con él. Algunos trataban de evitar que se acercara a Yahshua, pero en vano. El ni los veía ni los oía. No percibía tampoco sus expresiones de horror. Veía tan sólo al Hijo de Elohim. Oía únicamente la voz que infundía vida a los moribundos. Acercándose con esfuerzo a Yahshua, se echó a sus pies clamando: "Señor, si quieres, puedes limpiarme."
Yahshua replicó: "Quiero: sé limpio," y puso la mano sobre él.  Inmediatamente se realizó una transformación en el leproso. Su carne se volvió sana, los nervios recuperaron la sensibilidad, los músculos, la firmeza. La superficie tosca y escamosa, propia de la lepra, desapareció, y la reemplazó un suave color rosado como el que se nota en la piel de un niño sano” (El Deseado de todas las gentes, pp. 228-229).

No sé si este será el mayor ejemplo de fijar los ojos en Yahshua, pero creo que es uno de los mejores. El leproso no vio sino más que a su sanador, no se fijo en lo que la gente diría o pensarían de él. No se detuvo a pensar en los problemas que acarrearía el acercarse a Yahshua. Un leproso que violaba los limites que se le imponían de soledad, se exponía a castigos mayores. Pero a él todo esto le era poco. Deseaba ver, deseaba oír y sentir al Salvador. Sus ojos lo vieron y no quisieron moverse de sobre él. Y este es también un testimonio escrito para nuestra admonición e incorporación. Debemos caminar en pos de Yahshua sin pensar en lo que esto pueda ocasionar, sin detenernos a meditar en los problemas que puedan surgir, solo debemos caminar y creer que su toque puede sanarnos de todas nuestras dolencias. Muchas fueron las personas que se acercaron ese día al Mesías; pero por el Espíritu de Yahshua se ha guardado este testimonio especialmente para nosotros. Los que vivimos en el ególatra siglo veintiuno. En donde todo lo que nos rodea nos induce a pensar en nosotros mismos, nos induce a autosatisfacernos y a creernos autosuficientes. Vivimos en el siglo de: “¿Qué hay para mi?” “¿Cuándo me darán a mi?” “¿Cómo va a afectarme a mí?”. Un pensamiento que nos aleja irremediablemente de la fuente de la Vida Eterna. Algunos cuanto mucho sienten la necesidad de cambiar, y hacen quejumbrosos movimientos para hacerlo, pero pronto caen otra vez en el abismo de la muerte, otros, los menos, asisten una o dos veces a las reuniones de las diferentes iglesias o grupos de estudio de La Biblia hasta que finalmente dejan de hacerlo, ¿Cuál es el motivo?... “¿No hay nada para mi?”. Y luego tenemos al grupo más pequeño, a los que dejan todo lo que tienen, no se detienen a pensar en el que dirán o en el que pensarán, siquiera se detienen a pensar “como harán para subsistir una vez tomada la decisión” y como los apóstoles junto al río, a la voz de Yahshua, dejan sus redes, los barcos llenos de peces y caminan en pos del Salvador. Sabiendo que sus necesidades serán suplidas, que sus angustias acalladas y sus dolores calmados. Tal vez no en sus cuerpos, pero si en sus mentes y en su corazón, pues la vida junto al Salvador, muchas veces conlleva dolor, angustia y pesar. Dicen las Escrituras:

“Buscad primero el reino de Elohim y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33)

¿Qué cosas os serán añadidas?. Todas, dice. Todas aquellas cosas que nos hagan felices, todas aquellas cosas que nos sean necesarias para en esta vida formar un carácter digno de cruzar los portales de la Santa Jerusalén. Una ultima cita:

“El Mesías enseña aquí una preciosa lección con respecto a su servicio.  Cualesquiera sean las cosas que ocurran, él dice: "Servid a Yahweh".  Cualesquiera sean los inconvenientes y las durezas que os encontréis, confiad en el Creador. No tenemos razón para afligirnos y  temer, si hacemos nuestra resolución en favor de la verdad, de que nosotros y nuestras familias sufriremos. Hacerlo es manifestar la de fe en Yahweh.  "Vuestro Padre celestial sabe que de  todas estas cosas tenéis menester", dice el Salvador.  Si estudiáramos la Palabra mas fielmente, creceríamos en fe” (Manuscrito 83, 1909)

¡Que el Espíritu de Yahshua more en tu vida hoy y siempre!

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